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Tu nacimiento, Max.

  • morfinursula
  • 3 abr
  • 4 Min. de lectura

Max, hoy se cumplen 6 meses desde tu llegada a este lado de la piel y siento que no podría quererte más.


Con todo lo que ha implicado un segundo posparto, lo lindo y lo no tan lindo, hoy te escribo para dejar plasmado tu nacimiento en un lugar donde nunca se borre.


Tengo que confesarte que tu embarazo lo viví con mucha pesadez aunque no me gusta admitirlo. Me sentía agotada de tenerte dentro.


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Sin embargo, una de las que cosas que sí disfruté mucho fue pensar en tu nacimiento. Estaba segura de querer vivir tu parto lo más natural posible y me daba mucha emoción prepararme para el maratón físico y emocional que significa parir.


Volví a ver los cursos que tomé con Lua para reafirmar la certeza de que mi cuerpo era capaz de parirte como yo quería hacerlo. El parto de tu hermana ya era uno de los momentos más importantes en mi vida y sabía que el tuyo sería igual de transformador. 


Ya habías cumplido 39 semanas de gestación y habíamos tenido dos falsas alarmas. Eran las once pm y me había dormido hacia apenas una hora cuando me despertó la primera oleada de contracciones. No sabía si estas iban a ser las buenas.


Lo primero que pensé fue: “por favor que no sea ahorita, necesito dormir”. Me invadió mucha angustia saber que iba a tener que transitar tu parto a media noche, sin dormir y recibirte en la próximas horas sin haber descansado. No me acordaba que la oxitocina en los nacimientos es como cocaína natural que nos pone a las mamás en modo animal de alerta, de fuerza y de poder.


Desde que empecé a prepararme para tu parto, visualicé las contracciones como una ola que va acercándose y que necesito atravesar. Es una sensación que anuncia la llegada (aún lejana) de una ola, a través de un cólico que poco a poco va intensificándose. 


Una vez que la ola truena, revienta dentro de mi un dolor pasajero, donde imagino que me sumerjo en el agua para dejar pasar la corriente arriba de mi. 


Desde que visualizaba la ola a lo lejos empezaba mis respiraciones: inhalaba 4 segundos y exhalaba seis. Cada ola tardaba exactamente 4 series y entonces podía sacar la cabeza del agua para reagruparme, descansar y esperar.


En los minutos que pasaban para transitar la siguiente ola podía flotar tranquilamente hablando con papá, tomando agua o moviéndome un poco. Hasta que a lo lejos, un pequeño cólico anunciaba la llegada de la siguiente ola y así poco a poco iba atravesando cada una de las contracciones.


Las primeras horas mantuve la mente tranquila. Lograba domar mis pensamientos de miedo que sí, sí llegaban a aparecerse: ¿Qué tal que esta vez no aguanto el dolor? ¿Qué tal que dura demasiadas horas?


En esos momentos de angustia, papá entraba al rescate. Ver su tranquilidad me recordaba que  no estaba haciendo nada loco y que juntos sabíamos que queríamos vivirlo así. En cuanto regresaba a mis respiraciones, veía como se iba diluyendo el miedo.


Instalamos una tina portátil en la casa y me metí al agua donde parecía que la marea se sentía más tranquila. Ahí podía recargar mi cabeza en el borde de la tina semi durmiendo.


Pasaron varias horas. Creo que esta parte de la labor es mentalmente muy retadora pero yo sabía que el mayor desafío físico todavía me esperaba.


A las cinco de la mañana empecé a impacientarme más gracias a los centímetros que aumentaban la dilatación y la angustia de que Lua no tardaría en despertarse.


Empacamos y nos subimos al coche.


Llegamos al hospital y para mi sorpresa tenía 9cm de dilatación.


Me senté en la pelota del cuarto mientras enfermeras y practicantes entraban a preguntar cosas triviales que papá acabó respondiendo. Yo me sumergí en las respiraciones con mis audífonos y traté de bloquear el exterior. Al cabo de una hora empecé a sentir ganas de pujar. 


Venía lo bueno.


Rompiste fuente y el aparente control que tenía a través de mis respiraciones desapareció por completo. Dolor. Tsunami. Huracán. No encuentro palabra para describir ese momento…


Me metí a la regadera en pleno trance. Ese momento del parto yo lo viví entre una combinación de supervivencia e instinto animal. Me doblaba del dolor, papá me sostenía de un brazo y él en cuclillas todo el tiempo. No toleraba que me tocaran la espalda, sentía como si mi cuerpo se rompía en mil pedazos.


Empecé a dudar de mi y Cynthia me centró. Me agarró la cara y me recordó nuestra fortaleza. Las contracciones me dieron tregua por unos segundos y traté de reagruparme con las pocas fuerzas que me quedaban para la última parte. Tu cabeza se empezó a asomar entre mis piernas y en cuanto sentí la siguiente ola, pujé rugiendo como leona en su máximo esplendor. 


Te parí semi sentada en la silla maya y en cuanto saliste te pusieron en mi brazos. Lloraste y yo también, de felicidad y de alivio.


Vivir tu parto me llenó nuevamente de un empoderamiento femenino que está repleto de fortaleza y de mucho amor. Me reafirmó la fuerza femenina que vive en nosotras y lo grandioso que son nuestros cuerpos de mujeres.


Me da mucha emoción enseñar, re aprender y re significar el poder femenino contigo y con Lua.


Bienvenida a tu clan cachorrita, tu mamá leona.

 
 
 

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