Conectar con mi deseo de maternar
- morfinursula
- 26 nov 2023
- 4 Min. de lectura

Mis sobrinos siempre han sido un gran tesoro en mi vida. Tengo la fortuna de ser muy cercana a mis dos hermanas y he visto crecer a todos esos chiquitos que tanto quiero.
Cuando nació mi primera sobrina, vivíamos en la misma calle que ella y casi todas las tardes la visitaba. Incluso, a veces camino a la oficina, le tocaba el timbre a mi hermana para meterme en la cuna con ella.
Vi a mis hermanas convertirse en mamás y junto con ellas, yo estaba segura de querer lo mismo para mi, pero no sentía ninguna prisa.
Después de esa sobrina, vinieron otros dos chiquitos a llenarnos más de amor. Estar cerca de ellos y en general de mi familia siempre ha sido muy importante para mi. Así que cuando decidimos mudarnos a Estados Unidos sentía mucha emoción por un lado pero por otro, mi corazón se apachurraba pensando que me alejaba de mi clan.
Hasta ese momento ya había estado jugando con la idea de embarazarme, pero esperaba que lentamente mi esposo y yo un día nos despertáramos juntos y al mismo tiempo
dijéramos: ”Venga, estamos listos!"
Pero ese día no llegó y más bien se circuló en la agenda el día en que me mudaba a Carolina del Norte y con esos pendientes que se acumulan para hacer una mudanza internacional, yo incluí “irme embarazada”.
Ese fue el primer día de mi proceso. Una cita con la ginecóloga en donde le insistí que forzáramos el proceso para que llegara embarazada a mi nueva casa. Pensaba que lo más fácil para mi adaptación en una nueva ciudad sería irme sabiendo que venía un bebé en camino y de esa manera sentirme menos sola.
En mi historia no tuve meses interminables donde “no pegara”. En mi caso, mi deseo privado de maternar se convirtió en un posible diagnóstico catastrófico, pero esa historia la voy a contar en otro momento.
Llegué a vivir a mi nueva casa (en un bosque increíble ) y a los dos meses tuve una llamada con mi ginecóloga que nunca voy a olvidar.
“Ursu, a partir de la segunda pérdida ya hay que hacer análisis”. Ufff…. todavía me acuerdo lo que sentí en ese momento, un terror asfixiante se apoderó de mi y aventó el velo de un miedo que no sabía siquiera que tenía, pero que ahora parecía tan latente, tan presente y vivo: no poder ser mamá.
Lo sentí hasta los huesos.
Los análisis médicos se harían en México en los próximos meses en viajes que ya teníamos planeados y lo que pasó entre esas semanas de ir y venir pienso que sacudió mi vida por completo.
Entré en un limbo en donde el tiempo me detuvo, literalmente. No podíamos “seguir intentando” porque esperábamos ir a las consultas médicas entre los viajes y no me quedó de otra más que sentarme en el bosque a lamentarme y llorar.
Lidiar con ese miedo se volvió un lugar muy solitario. ¿Por qué no hablamos más de esto?
Inclusive con mi esposo, él estaba librando su propia batalla de incertidumbre y miedo, pero nuestro equipo no estaba acostumbrado a vulnerarse al mismo tiempo por lo que se mantenía un “ambiente positivo” en casa.
Hoy veo hacia atrás y los momentos que más acompañada me sentí fue cuando nos confesábamos el miedo mutuamente y nos abrazábamos y ya. Sin más.
Mis dos hermanas se habían embarazado tan fácil y aquí estaba yo, sola en el bosque sintiendo que nunca iba a pasar para mi. Leí mil historias, escuché podcasts y todo lo que me hiciera sentir “más acompañada”. Me sentía reconfortada sabiendo que otras mujeres también la estaban pasando mal, que yo no era la única.
Pasaron los meses y entonces hice una terapia espiritual que para mi lo cambió todo. En esa terapia me preguntaron: “Bueno, y ¿por qué quieres ser mamá?”.
Lo primero que contesté, lo que tenía en la mente y en la punta de la lengua fue: “Pues mi familia está en México y yo quiero tener la mía aquí”.
Mi terapeuta me contestó: “Esa no es tu respuesta, busca bien”.
Busqué dentro de mi, dentro de mi silencio.
Pienso que esos meses de aislamiento fueron apagando poco a poco el ruido externo. Ese ruido que tiene más tintes de los demás que de uno mismo.
Vivir en mi casita del bosque me conectó a nuevas vibraciones, unas en donde mi voz se escuchaba más alto. Empecé a sintonizar con esas frecuencias y entonces respondí:
“Quiero ser mamá porque siento tanto amor viviendo mi vida que no sé donde ponerlo”.
Resignifiqué por completo mi deseo de maternar.
Encontré calma en conectar con ese anhelo desde un lugar de mucho amor, en vez de un lugar de carencia tratando de suplir a una familia que no estaba ahí. Ese acomodo interno de creencias me dio paz en la espera y me ayudó a conectar con la maternidad no como un “siguiente paso” sino desde un lugar de honesto anhelo.
A partir de ese día me aferré a ese deseo de seguir viviendo mi vida con ese amor y escribí arriba de mi escritorio “surrender to the process”. Y si, no sabía ni cómo, ni cuándo, solo sabía que a mi me había tocado vivirlo así y que mi deseo de tener un bebé sería como una luz dentro de mi que se mantendría encendida mientras pasaran los días.
Cada quien conecta con sus ganas de ser mamá en tiempos y formas distintos. No soy creyente de que haya una fórmula mágica que le dé paz a todas. Donde creo que sí hay mucho poder, es cuando cada una conecta con el proceso personal, lo mira en silencio y escucha.
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